Al salir, como siempre, estaba ella ahí esperándolo. El hizo lo de siempre, se monto en el carro y le dio un beso, que como todos los besos entre ellos dos, fue inolvidable. Se fueron de ahí como huyendo, como escapando de ellos mismos, de sus destinos y de sus vidas que los asfixiaban sin pudor.
Como siempre, errantes en la carretera, sin sitio especifico al cual llegar ni nadie que los esperara, se dispusieron a rodar por la ciudad sin nombre, como rueda el universo repetitivo e infinito; se miraban de momentos y sonreían, se acariciaban un poco, quizás se tocaban las manos y las piernas, nada mas, todavía quedaba algo de ingenuidad e inocencia de aquella que solo se da con el que se ama, de esa inocencia entre-cortada del primer beso entre extraños. Una mirada bastaba y se entendían todo, el sentía que podía ver todo su universo con solo verla a los ojos. Algo de melancolía había también en su cara estrellada y oscura como la noche ártica.
-“Te quiero”. Le dijo y se volteo apenado como para que no lo descubriera, como para que pareciera que nunca lo hubiese dicho, pero ella lo busco con su mirada y como un imán que atrae al otro, su cara se volteo y asumió las palabras de la manera mas condescendientemente posible, ella no respondió, pero sus ojos hablaban mucho, así que con ellos le dijo que ella también, que ella también lo quería, y que así pudiese, no estaría en ningún otro lugar en el mundo en ese momento, que ahí donde estaban, tan juntos, era perfecto y que así quisiera estar por siempre, como congelada en ese momento, inalcanzable por nada.
Se estacionaron y se bajaron, se vieron un momento-como para justificarse- y entraron, pidieron una habitación y 4 chocolates. –“habitación 27”. Les dijo el recepcionista y les explico como llegar-“subiendo las escaleras, al final del pasillo, la puerta es verde navidad” y se rió. Subieron y encontraron la habitación; entraron al cuarto que por la próxima noche iba a ser su casa, su santuario, su primera vez, tal vez la última también, pero era lo único tangible que de verdad les pertenecía en ese momento.
El cuarto era rojo, de grandes ventanas y una gran vista hacia la calle; la cama era grandísima, tenía sabanas de terciopelo y un espejo dispuesto justo encima de esta, como de motelucho de esquina, pero caro. Estuvieron un rato discutiendo pendejadas, comiendo chocolate y diciéndose lo mucho que se amaban, observándose, aferrandose al momento y al lugar tratando de recordar exactamente ese sitio, de ver imágenes que les ayudaran, en un futuro, a reproducir exacto ese momento. Y como por arte de magia, como marionetas victimas de algo mas grande, se empezaron a besar, primero muy suave y muy pausado, como sintiéndose; como aquella vez en casa de el que se besaron mientras veían la televisión, recordaban paralelamente como ese día, el aire se les escapaba con la emoción y el terror de lo prohibido, de lo que no se hace.
En el hotel se acostaron a descansar un momento, y con el miedo de ver la cara del otro para no descubrirse, hicieron del espejo un cómplice, el mejor amigo de los amantes, el los hacia verse reflejados, funcionaba muy bien el espejo como conector por eso del reflejo; y se observaban o mejor dicho observaban lo que el espejo dibujaba en si, les gustaba esa complicidad implícita del espejo, así que se quedaron ahí como media hora solo viendo, sin decir palabras, sin ponerle nombre y contenido a algo tan intangible, tan hermoso, tan imposible como eso que en ese momento el espejo les estaba mostrando, ese regalo que hay que apreciar. Generalmente un espejo solo te devuelve tu imagen, este espejo mágico les regalaba la imagen del amado.
viernes, 6 de abril de 2007
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2 comentarios:
muy bueno...........y sin sexo....
La creación de una atmósfera.
Magnífico.
Minimalismo, le dicen algunos.
¿Has leído a Carver?
Altazor
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